lunes, 29 de junio de 2009

Hoyuelos en las mejillas



Hoyuelos en las mejillas
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Aún recuerdo ese día como si fuese ayer, te quitarían las vendas de tus ojos y yo, entre ansiosa y dudosa me comía las uñas, muchas veces había visto escenas de películas o de telenovelas, donde una persona a la que habían operado de la vista le quitaban los vendajes y en todas esas escenas había habido un final feliz. ¿Sería este la excepción?

Habían pasado ya algunos años durante mi adolescencia que tú empezaste a perder la vista y ya tenías cinco años sin ver. Recuerdo que siempre teníamos que mantener las cosas en un mismo lugar porque si las cambiábamos tu podías tropezarte, siempre querías que te leyera, ¡ay ¡ ¿cómo olvidar que mantenías tu interés en esos libros semanales de la novela Gabriel y Gabriela de Yolanda Vargas Dulché?, esperaba cada viernes para ir a comprar ese librito y nos manteníamos interesadas en la trama, recuerdo como gozaste después escuchar la novela en televisión que vimos mucho tiempo después diferida y hasta nos sabíamos cual sería el capítulo siguiente. Te leí varios libros, pero el que nos quedó muy marcado fue el de Un Capitan de quince años de Julio Verne. Cada tarde esperabas ansiosa que nos fuésemos debajo de aquel álamo y tu recostada en la hamaca y yo sentada en una silla, te leía saboreando ambas una taza de café recién colado. Recuerdo que gracias a ese libro le pusiste Dingo a aquel perro que nos regalaron y que tenía un pelaje como pradera amarilla, en honor al perro que aparece en esa historia.

Como te recuerdo madre mía, en ese episodio, tan valiente tú, siempre mostrándote fuerte ante la adversidad, en esos ires y venires ante doctores, hospitales y curanderos que no te devolvían la vista, decían que tu mal era incurable. Pero si acaso tú sabías de un nuevo doctor o de alguna persona que podría curarte aunque no fuese profesionista allá íbamos, las ganas de creer, las ganas de confiar, las ganas de volver a mirar, eran las que te mantenían entusiasta. Fueron años de luchas, de sinsabores, de esperanzas y desilusiones, mas tú ahí estabas tratando de salir adelante, haciendo tus labores del hogar con dedicación y esmero, con amor a tus hijos (nosotros), con devoción a tu compañero de vida.

Aprendiste a caminar entre las plantas y tus flores, me preguntabas: ¿cómo está ahora mi payasito? refiriéndote a aquel rosal de colores, luego tus árboles frutales, tocando los botones ya casi florecidos y próximos a convertirse en frutos, con una certeza plena me decías: tal día ya podremos comer membrillo, o durazno, o granada, según fuese el árbol de tu atención.

Tus otros sentidos se agudizaron: el del tacto, el del sabor, el del olfato y el del oído; me decías que al no ver podías identificar por medio de los pasos, por medio de la voz o por medio de los olores a una persona. Con el tacto podías saber la forma que tenían las cosas o darte una idea muy aproximada de ellas.

Aún sin luz en tus ojos tuve que irme de tu lado, tú me motivaste para que emprendiese el vuelo y buscara mis sueños, pero siempre volvía a tu lado, siempre trataba de no permanecer mucho sin verte, sentía que debía estar contigo y muchas veces me sentí egoísta por buscar mi futuro en otra ciudad y no atenderte como la única hija mujer que tenías, más de nuevo tú, volvías a motivarme y que nunca dejara mis metas de estudio y superación.

Viene a mi mente aquella ocasión cuando fuimos a Hermosillo, Sonora, para ver a un Doctor que nos habían recomendado, un oftalmólogo muy eminente, me dá dolor recordar ese episodio porque te hizo llorar, ya que podría haber sido un gran doctor pero de humano no tenía nada. Después de hacerte una revisión rápida, con las manos oliendo a cigarro y los lentes empañados y sucios, te dijo tajante: ¨señora ya no ande perdiendo tiempo, usted no tiene remedio, nunca volverá a ver y no tiene caso que la siga revisando porque tengo muchos pacientes mas esperando¨, recuerdo tu carita consternada, impotente, desilusionada, transida de dolor, me pediste que nos fuésemos de ahí y entonces, te dejé sentada en aquella inmensa sala de espera y me regresé con ese doctor y le dije: ¨Usted podrá ser muy buen doctor pero no tiene trato humanitario, usted no tenía que haber dicho eso a mi madre y espero que Dios nos haga el milagro y ella algún día volverá a ver¨. Pasó mucho tiempo de ello, porque tú perdiste todas tus esperanzas y ya no quisiste volver a andar en citas médicas ni hospitales, pues siempre volvían a tu mente esas palabras crueles que te había dicho ese doctor.

En una de mis vacaciones en nuestro pueblo, dos años después de ese incidente, siendo navidad recuerdo que te enfermaste de gripe y tos, tuvo que ir una doctora a la casa para atenderte y ahora yo considero a esa doctora un ángel en nuestras vidas, porque inmediatamente se dio cuenta que tú no mirabas y te empezó a hacer preguntas sobre tu ceguera, haciéndote que miraras hacia la luz de la habitación y pasando una mano sobre ella, te preguntaba si notabas algún movimiento, tu asentías diciendo que lo sentías así como cuando uno cierra los ojos y a través del párpado aprecias la luz y los movimientos de cosas. Luego ese ángel nos concentró a mí y a mis hermanos que también estaban de vacaciones en mi pueblo, nos pidió que te llevásemos a la siguiente semana a su consultorio porque ella pensaba que tu podías volver a ver. Ella nos consiguió el pase con el especialista de la vista.

Y heme aquí estaba en ese consultorio esperando ahora que te quitasen los vendajes. ¡ Que decir de todo lo que tuvimos que pasar para lograr que te hicieran la operación!, teníamos tantas carencias económicas y a pesar, que tenías seguridad social médica, sólo te cubrían al especialista y el hospital, más no así el lente intraocular que necesitabas. ¡Que contar de las actividades y colectas que tuvimos que hacer para lograr todo eso!, no me importó madre mía andar de casa en casa pidiendo centavo a centavo, peso a peso, para juntar el precio requerido. No me importó faltar a la Universidad unos meses y que me mandaran a exámenes extraordinarios, ¡tú necesitabas de mí en esos momentos!, no me importó las críticas ni los momentos de tensión ante lo incierto. No me importó dormir en el suelo cerca de tu cama de hospital para estar contigo en esos días mezclados de temores y esperanzas, como no me importó estar seis horas ante la sala de espera pendiente de tu salida del quirófano, ni los días posteriores con tus vendajes y cuidados extremos, ahora estaba yo en esa sala de un consultorio en Nogales, Sonora, del reconocido Oftalmólogo Arturo Loustaunau que desde un principio en la primer consulta derrochó toda la ternura en tí, el buen trato y el sentido humanitario que todo doctor debería tener.

Estaba Yo y mi padre Salvador esperando, el había venido para estar con nosotras en ese momento único. ¿Qué pasaría? Fueron los instantes mas eternos que he sufrido en mi vida, tenía temor que no volvieras a ver, pero al momento la fe en Dios estaba presente, tanto había yo rezado en la sala de espera del hospital, ahí sola tuve mucho tiempo para pensar y pedir, para meditar y volverme por una vez en mi vida más consciente del poder de Dios. Y ahí estaba yo ahora, temerosa, con las lágrimas a punto de salir, y el doctor poco a poco te fue quitando uno a uno tus vendajes... entonces apareció tu ojo operado (después se programaría operar el otro), y te quedaste intrigada viendo hacia el techo, tu recostada en un sillón. La pregunta anhelada: ¿mira usted algo Anita? Y tú, abrías mas el ojo tratando de ver y musitaste que no. Sentí como un hoyo se abría en mis pies, sentí como una especie de desmayo, de ganas de llorar ante la desilusión. Entonces el doctor poniendo diversas graduaciones de lentes sobre tu cabeza empezó a preguntarte de nuevo: ¿mira usted algo ahora? Y entonces oí que dijiste: ¨Si, lo miro a usted doctor¨.-
- Dígame ¿qué ve usted?
- Miro que usted tiene canas y tiene bigote ¡Qué palabras más bellas!, justamente así era el doctor Arturo, pero yo pensaba que estaba soñando y que no era realidad eso que oía, luego el doctor me dice que me acerque y le pregunta a mi madre:
- Mire quien esta aquí,¿la conoce?
- Si, - contestó mi madre- ¡es mi hija!
- Dígame como anda vestida
- Trae una blusa verde
- Muy bien Anita y ¿qué mas?
- Ahora he vuelto a ver su sonrisa y ¡los hoyitos de sus mejillas que tiene desde que era mi bebita!¨

Ahí no pude más y solté el llanto, habías vuelto a ver madrecita y eso era el mejor regalo que tuve en mucho tiempo. Salimos con las recomendaciones médicas de ese consultorio ya sin vendajes, sin nada que te tapara tu carita, por esas calles largas de Nogales, y tú... como niña que recién empieza a leer, ibas leyendo cada letrero de anuncios y nombres de calles, del brazo mío y de mi padre. Pasamos aquella cuadra con piso rojo y tú mirabas y mirabas hacia el suelo y decías: es rojo, el piso es rojo. Mirabas al cielo y te quedabas maravillada con ese azul que decías era el más bonito que habías visto en mucho tiempo.

Cuando llegamos a nuestro Santa Ana hubo muchas visitas de los amigos, vecinos y familiares, todos querían verte y constatar que habías recuperado la vista, llegaban felices y fue un desfilar día y noche, haciendo muchas tazas de café y la plática consabida, casi me daban ganas de grabar la historia para poner la grabación, porque al nuevo visitante tenías que contarle todo desde un principio aunque hacia media hora ya lo habías contado al anterior; pero se notaba el buen deseo de las personas y el gusto entrañable que se sentía en cada una de ellas. La parte humorística la puso Doña Cleotilde, una vecina de voz muy chillona, llegó al tercer día de estar ahí en nuestro pueblo y muy emocionada te agarró de las manos, acercó su rostro muy cerquita al tuyo e insistía en que le dijeras quien era ella... y tú contestándole quien era, ella toda feliz decía : ¨ayyy si ve, doña Anita si ve, ¡ya me conoció! ¨ ; Y en cuanto ella se fue, tú, muerta de la risa lo contabas: ¨¡Pues aunque no hubiera visto, con la pura voz la conozco a doña Coti!¨

¿Sabes Madre? Muchas veces pensé en ir con aquel doctor de Hermosillo y llevarte, decirle que íbamos otra vez a consulta con él y cuando volviera a decirte que no tenías remedio, entonces que tú le dijeras todo lo que había en su consultorio y que por favor lavara los lentes sucios que portaba para que no anduviera haciendo diagnósticos erróneos, me imaginaba su rostro enjuto y sorprendido y nosotras riéndonos a carcajadas saliendo de su consultorio muy campantes!

Que episodios con tu vida madre, todos han sido llenos de fortaleza, templanza, decisión y aceptación. Decías que no importaba que no pudieran operarte el otro ojo, que dabas gracias a Dios y a la Virgen por haberte permitido volver a ver los colores del mundo, los rostros de las personas, tus plantas y tus flores, volver a leer ahora sí con tu vista, los libros que yo ya te había leído y me decías: ¨Esto es para ver si no pusiste algún episodio de tu cosecha¨; pero sobre todo volver a ver a tu familia, a mi padre y a nosotros tus hijos.

Evocar tus bellos ojos cafés, reflejarme en tu mirada, sentir tus besos dulces en mi cara, es un tierno recuerdo. Me agarrabas el rostro con tus suaves manos y con el dedo índice y el pulgar de tu mano derecha, los hundías uno a cada lado de mi boca y musitabas: ¨ ¡ Valió la pena todo, con tal de volver a ver los hoyuelos de tus mejillas!, esos hoyitos que yo te hice con mis manos desde que tenías tu piel tiernita de bebé¨.


Vicky E.Durán

Agosto 2008

9 comentarios:

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Bello, íntimo...tierno....sensible y adorable tu capacidad de querer...un beso desde azpeitia

JOTACET dijo...

-QUERIDA VICKIE: CONOCÍA ESTA MARAVILLOSA HISTORIA DE TU MAMY, Y ACABO DE LEERLA NUEVAMENTE
Y TE FELICITO,POR SER ESTE UN HOMENAJE A LA HUMANIDAD Y UN EJEMPLO DE CÓMO NO DEBE COMPORTARSE UN GALENO- Y FELICITACIONES POR LA REDACCIÓN,CHAMAQUITA- ¡BESOS!
JOTACET

luciernaga_poeta dijo...

Vickie amiga entrañable, lo leí ayer y no fui capaz de comentarte, la emoción me embargaba. Que historia de fuerza, dignidad y amor han tejido ustedes como familia. No me cansaré jamás de decirte que eres una mujer excepcional y es un verdadero honor llamarte amiga. Te quiero mucho y ya de conocerlos, también quiero a tu familia.
Besos
Cecy

Guirroma dijo...

VICKI A PESAR DE SABER ESTO,AUNQUE NO RECORDABA BIEN,TE ASEGURO QUE ESTOY LLORANDO COMO UN NIÑO.
SOY MUY LLORON Y ESTO ESFUERTE,COPMO FUERTE ES LAM FE Y GRANDE EL PODER DEL SEÑOR.

la_gaviota dijo...

QUE NARRACION COMPARTES CON NOSTROS VIKI, QUE MADRE TAN TERNA Y FORTLEZA Y TODO LO VIVIDO, TAN AMARGO T DULCE AL FINAL SU NIÑA YA MUJER A SU LADO, QUE BELLEZA DE VERDAD CONOCERTE A TRAVEZ DE TU BLOG

© Raquel Nieto dijo...

Aquí dejo mi huella, pasando por este espacio tan tuyo, asomándome a tu historia, a los momentos profundos que contamos porque las letras sencillamente brotan de los ojos como lágrimas.
Cariños amiga.

munekitarika dijo...

HI VICKY:
Me ha conmovido tanto tu relato, pues mi mami paso algo asi, aunque ella no ...volvio a ver.
Dios esta contigo.
Mucho sentimiento escrito
Felicidades!.
DTBM
MUNE!

Alma Mateos Taborda dijo...

Sencillamente bello y conmovedor tu relato. SDólo resta meditar sobre muchas cosas y ofrecerte la ternura inmensa de mi corazón emocionado. Un abrazo grande.

Anónimo dijo...

Extraordinaria descripción de lo experimentado Vicky, un abrazo y gracias por compartirlo.